La prevención de adicciones debe ser una disciplina científica fundamentada en la evidencia para evitar enfoques ineficaces que perpetúan el problema. Se enfoca en reducir riesgos y promover comportamientos saludables, priorizando la calidad y el rigor metodológico en la implementación de programas. La evaluación continua de estas intervenciones es esencial para determinar su efectividad y realizar mejoras. Además, es crucial que las estrategias sean sostenibles y éticas, asegurando así un impacto positivo en la salud y el bienestar de las comunidades.