Ya hacía días que en la ciudad de València olía a pólvora anticipando sus fiestas internacionales, Las Fallas. Los valencianos y las valencianas tenían todo dispuesto para su celebración, para exponer al mundo sus monumentos, su música y su alegre ambiente que, además, coincidía con la tan ansiada llegada de la primavera. Pero, de pronto, todo cambió. Se suspende la fiesta y se nos obliga a permanecer en casa. Era algo insólito e inesperado para toda la ciudadanía, y de un día para otro, tuvimos que adaptarnos a la nueva situación. Se acabaron los planes y la ilusión. Se había decretado el estado de alarma.
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